El ser humano, por naturaleza, es muy envidioso sobre en todo en los inicios de su vida. Entonces, aun no sabe discernir entre lo que está bien y mal. Tendrá que ser su círculo familiar más cercano quien le enseñe a diferenciar lo adecuado y a corregir conductas inadecuadas.

Es normal que cada uno se preocupe por si mismo y por su bienestar intentando ser el mejor en su faceta profesional sin olvidar también la personal y humana. Sin embargo, debemos asumir con naturalidad que siempre habrá personas mejores que nosotros en nuestras propias disciplinas profesionales. O mejor dicho,
esas personas aportarán otros puntos de vista interesantes a esas materias que no son ni mejores ni peores sino diferentes.

Esto, en el fondo, es muy positivo porque ningún monopolio es positivo ni a nivel de conocimientos ni experiencia. En la diversidad esta el éxito. Además, al haber variedad, surgirán colaboraciones y sinergias entre los distintos expertos que generarán grandes cosas que aun están por venir.

Así que debemos canalizar esto de forma madura, dejando a un lado envidias negativas e infantiles que no llevan a nada bueno. Muchas veces, en el entorno profesional, vemos como hay muchas personas que tienen envidia de otros compañeros de trabajo a los que les va muy bien a nivel profesional y que están teniendo mucho éxito.

Esos compañeros envidiosos, por el contrario, deberían alegrarse por el éxito de sus colegas y, si realmente quieren conseguir en un futuro algo similar, tendrán que esforzarse y trabajar duramente, sin esperar nada a cambio, haciéndolo por que les gusta y creen en ello.

Hay veces que el no soportar a determinada persona en el trabajo se debe, no tanto porque nos haya hecho nada sino porque nos gustaría estar en su lugar.

La competitividad es buena, siempre y cuando sea sana, permitiendo que gane el que mejor desempeñe su trabajo. El problema surge cuando la competitividad es negativa, usando cualquier tipo de artimañas para llegar a lo más alto por méritos distintos al trabajo desempeñado por cada uno.

Obviamente, esto no es lo mismo porque aquí entran en juego las trampas y las conspiraciones para dar mala imagen a otros compañeros que, de forma lícita, no conseguiríais.

A veces, debéis ver también lo que hay detrás del esfuerzo de los demás. Quizás no estáis en su lugar por méritos propios. Debemos alegrarnos de nuestros propios éxitos pero también de los éxitos ajenos de las personas que tenemos a nuestro alrededor porque todos nos merecemos triunfar.

Eso sí, hay que alegrarse de forma sincera porque si a la cara mostramos una cosa y a la espalda otra esto no es correcto. La envidia mal canalizada genera frustraciones que, si no se les pone remedio, van a más y acaban en obsesiones. Muchas veces. Detrás de la envidia, hay otras cosas como complejos no superados, sentimientos de inferioridad…

Debéis daros cuenta que los demás no son responsables de esto que os pasa a vosotros por dentro y que tenéis que solicitar ayuda ahora que aun estáis a tiempo.

Sino os aceptáis a vosotros mismos ¿cómo vais a aceptar a los demás y menos a aquellos que van por muy buen camino? No podéis alegraros de las desgracias ajenas porque esto ya es de ser malas personas. Otra cosa muy distinta es que determinadas personas finalmente tienen lo que se han buscado por méritos propios y que muchas veces no tiene por qué ser positivo. Aquí, en muchas ocasiones, no vamos a tener pena pero tampoco alegría.

Así que debemos dejar a un lado esas actitudes infantiles, para demostrar saber que sabemos comportaros como personas adultas, racionales y sociales en todas las situaciones de la vida y si en algún momento no se hace, siempre queda una disculpa a tiempo. Porque no sólo es cuestión de saber comportarnos sino que, cuando no lo sabemos hacer, también debemos reconocer nuestro error.