Y ahora, cedo la palabra a Bastián Fernández.

Gracias. Si me permitís, os voy a contar mi historia. Mi madre me llamó Bastián (nombre de origen griego que significa el admirado o venerado). Mi infancia transcurrió como la de todo niño, algo travieso en algunas ocasiones y sin mucha trascendencia en otras. Recuerdo con mucho cariño a mi abuelo Martín y su famosa frase “Bastián, estamos de paso”.

Mi abuelo hizo de padre, pues el mío estuvo ausente y nunca ejerció su papel. Fui creciendo y adopté el lema “la vida es una aventura de equilibrio”. Unas veces uno consigue mantenerse, otras veces uno se cae y toca volver a buscar esa armonía vital. Mi abuelo, recuerdo, era mi acróbata preferido, era especialista en levantarse antes las adversidades, sorpresas y aventuras que la vida nos tiene preparadas.

Aprendí con el ejemplo y mi familia así me lo enseñó. Un buen día, creo que tendría 7 años, me dio por preguntarme si una mochila de una compañera de colegio, esas de ruedas, volaba también. La lancé por la ventana, y como era evidente, quedó destrozada al tocar suelo. Volar, voló… pero no como esperaba. La directora llamó a mis padres y vino mi abuelo Martín quien, tras llevarme a casa, me dijo

-Coge tu búho hucha que nos vamos a comprar la mochila que has roto.

Pedimos la misma mochila. La dependienta nos dijo el precio y mi abuelo me hizo sacar el dinero de la hucha para pagar la mochila. Siempre he aprendido que las acciones tienen consecuencias y que la mejor forma de aprender es con ejemplo. Esto se me quedó marcado, aunque luego, con el devenir de la vida, parece que se me había olvidado. Me quedaba mucho por aprender.

Fui creciendo, mi abuelo me siguió acompañando como mi estrella guía en el universo. Cursé mis grados universitarios y estaba sobradamente preparado para conseguir oportunidades laborales. Me costó encontrar trabajo, como a todas las personas jóvenes en cualquier época. Tenemos a priori muchos conocimientos, actitud y ganas, sin embargo, nos queda aplicar todo y consolidarlo. Ya lo decía Sócrates hace unos cuantos siglos “Los jóvenes de hoy aman el lujo, tienen manías y desprecian la autoridad. Responden a sus padres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros”. Me costó, pero al final encontré quien me diese una oportunidad de comenzar mi andadura laboral.

Sin darme cuenta los años pasaron, fui aprendiendo, evolucionando y cambiando. Fui empleado y colaborador de otra gente. Tuve responsables de todo tipo: buenos, regulares y otros a los que mejor olvidar. Llegue a puestos de responsabilidad como responsable de recursos humanos de una multinacional. Yo no era un lumbreras, pero conseguí llegar a esa posición gracias a resistir, insistir y persistir en su periplo vital y profesional.

Para mí la edad nunca fue un problema o eso era lo que decía yo y todo el mundo. Por supuesto, la gente injusta, perversa y sin escrúpulos siempre son los demás; nunca tendemos a vernos así a nosotros mismos.

Mi abuelo ya me decía,

  • “Eres un peligro jovencito y debes valorar más mis consejos”.

Ahora que soy padre, se lo digo a mis hijas y recuerdo esos consejos de antaño. Estamos en fases vitales diferentes y, por ende, nuestras necesidades, preocupaciones y necesidades son desiguales, en función de nuestro rol o situación.

Como responsable de recursos humanos y antes como técnico fui justo, indebido, bueno, tirano, comprensivo, impasible, empático, ecpatico, soberbio, humilde, organizado, impulsivo, agresivo, reflexivo, paciente, insistente, comprensivo, indulgente y otras muchas cosas positivas y negativas. Siempre intentas hacerlo lo mejor posible, aunque somos humanos y nos equivocamos. Debemos ser conscientes de nuestro margen de mejora.

Cuando uno gestiona un departamento de personas, se toman muchas decisiones que influyen en la vida de otras personas para bien o para mal. A la hora de contratar, influyen los incentivos a la contratación en función del colectivo de gente al que pertenezca esa persona con talento. Siempre se dice que la edad es un número y que no influye, aunque luego no lo materializamos con el ejemplo. Todos tenemos unos sesgos sobre la gente que tiene determinada edad o que está empezando a trabajar; la claves es conocerlos y trabajarlos para evitar que nos influyan y condicionen. Estoy seguro que, en alguna de mis experiencias laborales, la edad de alguna persona influyó en su contra con respecto a otra persona con talento y eso hizo que se quedase a las puertas de trabajar en esa empresa que representaba.

Yo estaba en el olimpo empresarial, ocupando un puesto de director en una gran multinacional con mucha gente a mi cargo. En las organizaciones de ese volumen, las fusiones con otras empresas son algo habitual. Una mañana de noviembre, me enteré que la dueña decidió vender nuestro grupo. Esto conllevo que una serie de decisiones estratégicas que conllevaron que mi trayectoria en ese grupo llegase a su fin. Me dieron una buena indemnización y me dijeron que tendría grandes oportunidades en el futuro próximo. Con 53 años me encontraba por primera vez sin trabajo, pero con muchas ganas. Era positivo y tenía claro que la edad no influía. ¡Qué equivocado estaba! Una vez más, tuve que aprenderlo en primera persona. 

Cuando uno es joven y le llaman por primera vez “Señor” en el metro, en la fila del supermercado o en la calle, es como si nos destrozaran el ego. Es cuando nos damos cuenta que somos ya mayores, aunque uno siempre se vea joven. La vida son etapas y con actitud todo se encara bien.

Fueron pasando las semanas, quería volver a la vida activa cuanto antes, tenía ahorros, sin embargo, necesitaba seguir trabajando para vivir. Actualicé mis conocimientos con varias certificaciones y postgrados de temáticas actuales. Pulí de nuevo mis competencias digitales y estaba a priori preparado. Usé mis contactos de confianza (o eso creía), pero no conseguía nada.

Llegaba al final de los procesos de selección y se decantaban por otra persona con menos experiencia. En uno de esos procesos gestionaba el proceso de selección la hija de un amigo, que podía ser mi hija. Le pedí feedback y me comentó que el cliente final desechó mi incorporación por tener mucha experiencia y a priori por ello quizás sería menos flexible y moldeable. Eso sin conocerme más que de una video conferencia. Estuve año y medio buscando nuevo proyecto, probé de todo, quitando, incluso, la fecha de nacimiento. Esto me hacía llegar a las entrevistas, aunque cuando me veían algunas de las personas que entrevistaban su cara era un poema. Otras veces mostraba mi edad y no terminaba de ser la persona elegida. Lo que tengo claro es que el problema no lo tenía mi edad, sino los sesgos de las personas. Uno sigue teniendo valía y talento con 20, 30, 50 o 60, lo único es que éste evoluciona y se transforma.

En el mundo del tenis ir 40 a nada es favorable y en cualquier actividad tener más puntuación siempre es lo buscado. Me di cuenta que con la edad a la hora de buscar empleo no era igual.

Gracias a un antiguo compañero de proyecto, llegué a un proceso de selección en el que buscaban un responsable del área de talento. Al saber que la CEO de esta empresa tenía 27 años, tuve nulas esperanzas de avanzar y trabajar ahí. Pues mi teléfono sonó y me citaron para realizar unas pruebas y a posteriori tener dos entrevistas con ella. Mi edad le daba igual; le gustó mi bagaje profesional, mi capacidad innovadora, mi actitud, mi coraje y mi capacidad de adaptación. Nunca salió ese tema en el proceso.

Ahora con 62 años sigo trabajando en la empresa de Patricia, organización que ha crecido mucho. Con el tiempo, me confesó que su madre fue despedida con 47 años y le costó retomar su vida laboral. Ella siempre tuvo claro que en su organización la edad no sería ningún escollo.

Cambió mi forma de ver el tema y desde que trabajo en esta organización, la edad no es factor decisivo. Tenemos una plantilla intergeneracional; lo importante es el talento. No lo decimos, sino que lo demostramos con nuestras acciones. No nos importa tu edad, sino lo que eres capaz de hacer y aportar, sin olvidar que se deben cumplir unas serie de requerimientos técnicos, competenciales y sapienciales, en función del rol. Queremos a los mejores. No los más baratos.

Tengo claro que la edad no es una barrera. Es una limitación que otras personas ponen en su mente.

En mi caso conseguí reenganchar en el mundo laboral, sin embargo, otras muchas personas con toneladas de talento, siguen siendo juzgadas, ignoradas y discriminadas, sin darles la mera oportunidad de demostrar de forma objetiva su valía, profesionalidad y capacidad. La edad es un número que no dice nada por sí sola. Como todos, iremos pasando por diferentes etapas y tendremos que pensar cómo queremos ser tratados cuando tengamos 55 años. Reflexionad.

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