Muchas personas y organizaciones están esperando como agua caída del cielo volver a la normalidad previa al covid 19. Los primeros meses fuero de queja y añoranza de aquello que habíamos perdido. Luego vino al enfado y ahora, podríamos decir que seguimos con los sentimientos anteriores, pero hemos pasado a la fase de aceptación. Pero la aceptación conlleva adaptación y, por ende, reacción. Desgraciadamente, algunas personas siguen en la primera o segunda fase.
En mi caso (como es el de muchas otras personas) he decidido continuar con mi vida personal y profesional con flexibilidad, aceptando el cambio y aprendiendo a lidiar con las nuevas vicisitudes. No se puede parar, toca resetearse y comenzar de nuevo, afrontando las nuevas piedras en el camino, la nueva forma de relacionarnos y el nuevo funcionamiento de todo. En estos momentos todos estamos en constante aprendizaje, acostumbrándonos a lo que se lleva ahora para no quedarnos descolgados del mundo real.
En la calle está el debate de en qué fecha volveremos a nuestra (anterior) normalidad. Claro que todos tenemos ganas de darnos abrazos, de ver a nuestros entornos sociales, recuperar nuestra libertad, dejar la mascarilla atrás, poder viajar, entrar a una tienda sin esperar y poder disfrutar de un café en donde nos plazca.
No me cabe la menor duda. Volveremos a una nueva normalidad. Y digo nueva, porque nosotros ya no seremos los de antes. Nuestra forma de relacionarnos, comportarnos y actuar no será igual. Este distanciamiento social permanente está consiguiendo que la gente limite sus reacciones de cariño, que las personas se vuelvan más escrupulosas y cuidadosas con lo que cogen y tocan, limitan sus interacciones directas con la gente… Esto permanecerá una vez recuperemos la libertad total porque la gente tiene memoria y nos tocará aceptar como cada persona decida o pueda reaccionar a estar nuevas reglas impuestas. Tendremos que ser flexibles, aunque algunas personas ya sacan (y lo seguirán haciendo) su elección de relacionarse. No debemos sacar las cosas de quicio y buscar un equilibrio.
Viviremos una época transitoria en que nos seguiremos comportando con inercia como en la época pandémica, aunque con total libertad, veremos cuanto tiempo permanecen esos protocolos formales e informales. Algunos de ellos desaparecerán y otros se quedarán.
Espero que algunas cosas continúen, por ejemplo, el teletrabajo. No obstante, soy poco positivo a que permanezca como algo generalizado en todas las empresas. Una vez que el confinamiento obligatorio en casa desapareció, muchas empresas de forma velada, comenzaron a implementar fórmulas mixtas. Otras muchas, una vez llegado julio del año pasado, obligaron a tener que volver a las oficinas, sin dar opción al teletrabajo, pese a que en estos momentos ya tengamos una ley que lo regule. El derecho legal luego se tiene que materializar en real. Una vez pasada la peor época, aunque hemos seguido con olas descontroladas de brotes, muchos equipos directivos prefieren ver a sus personas en la oficina. Siguen pensando que así producen más. Debemos cambiar de mentalidad de una vez por todas.
Para los escépticos del teletrabajo, soy de la opinión de que se puede trabajar y ejecutar nuestras tareas desde cualquier lugar, teniendo claros los objetivos a alcanzar, siendo responsables y teniendo confianza en nuestras personas. Hay empresas que han creado grupos burbuja para poder seguir trabajando si un grupo cayera infectado. Pero desgraciadamente, aun son muchas que han obligado a todos sus trabajadores a volver a la oficina. Pese a que nos ha quedado claro el protocolo de distanciamiento en el trabajo, no siempre se cumple lo que ha conllevado un riesgo de contagio para la plantilla.
Muchos de esos casos de contagios se hubiesen podido evitar con el teletrabajo. La realidad es que al final el que es responsable y trabaja, lo será trabajando desde casa o desde la oficina; igualmente, el caradura lo es en todos los entornos.
Viviendo en el país de la envidia, la comparativa es inevitable. “Si tu trabajas en casa, ¿por qué yo no?” Nos ponemos poco en el lugar del otro y a veces en vez de alegrarnos, lo intentamos boicotear.
Las video conferencias fueron una bendición caída del cielo, al menos para mí. Te evitan desplazamientos, viajes y eventos presenciales que te hacían perder mucho tiempo en cosas que eran evitables. Esto hizo retarnos a tener que adaptar nuestra metodología de trabajo y ajustar a priori los tiempos de las reuniones y formaciones virtuales. Pero tengamos en cuenta que no podemos hacer las cosas de la misma manera. He asistido a reuniones online de 4 horas, mucha gente con la cámara apagada y por supuesto, aunque estés atento, desconectas.
Las teleconferencias deben durar, como mucho, una hora. Se debe ir mucho más a la concreción, resolver dudas, ver avances y dar indicaciones en esas reuniones online. Mucha gente se sigue resistiendo, protestando y añorando la presencialidad. Recuerdo en un proyecto, que algunos de los formadores de alguna de las acciones formativas, al averiguar que la formación sería online debido al covid, decidieron cancelarlas o peor aún posponerlas a que se pudiesen hacer físicamente en el aula. Prácticamente, cualquier formación se puede hacer en formato online, lógicamente adecuándola, ajustándola y preparándola para ese nuevo entorno, herramientas y metodología. Quizás las sesiones deban ser más cortas en más días. El online te exige más practicidad, interacciones con los asistentes y ver desequilibrios resolviendo dudas, tras poner en práctica el alumno fuera de las sesiones. Sin rechazar lo presencial, creo que el online es más cómodo una vez adaptado. No obstante, se echa de menos la cercanía del público para el que hablas.
Veo que no se ha potenciado en exceso la creación de plataformas interactivas online para facilitar el aprendizaje asistido, aunque autónomo de los diferentes grupos de colectivos de personas. Esto permitiría ajustarse al nivel especifico del que parte cada persona.
Al final, tenemos que aceptar que el cambio es constante y que no podemos vivir en la falsa seguridad de hacer las cosas como “se ha hecho toda la vida”. Es más cómodo, qué duda cabe, pero hacer las cosas de otra manera no tiene por qué ser malo. Incluso pueden ser mucho más efectivas y eficaces de las que usábamos hasta la fecha. A todos nos gusta trabajar y vivir en piloto automático sin pensar, aunque esto nos priva de aprender de forma constante, de reflexionar sobre lo que hacemos, poner en duda lo que damos por hecho y exigirnos a conseguir otros resultados. Va bien poner en duda lo que hacemos y recuperar esa curiosidad infantil, que nos hacen perder cuando vamos pasando a fases más adultas.
Algunas personas añoran tener contacto más directo con sus compañeros y jefes. No olvidemos que, antes de la pandemia, íbamos todos los días a la oficina y con algunos compañeros cercanos, justo nos iba para decirnos buenos días e incluso había quienes no te decían ni eso. Mucha gente iba a su bola y se relacionaba lo justo. Tendemos a idealizar lo de antes, aunque no mucho menos era como lo queremos recordar. Si quieres estar en contacto con tus compañeros y responsables lo puedes hacer en modo presencial y online. Si eres invisible para tu jefa lo serás en la oficina o fuera de ella. Las organizaciones y sus cúpulas directivas deben potenciar mucho más que las personas se relacionen y comuniquen unas con otras. Y tienen que dar ejemplo. Tener tiempo para sus personas, para escuchar los problemas que tienen… No hacemos nada con un superior que no quiere que le vayas con tus problemas. Cuando accedes a tu jefe con problemas es porque ya lo has intentado resolver tú y no has conseguido solventarlo, normalmente, temas internos. Es por ello, puesto que ya no está el “cara a cara”, que un buen jefe debe escuchar y dar soluciones.
Espero que tras dejar atrás la pandemia pensemos que es una realidad que “querer es poder”, las dificultades siempre estarán ahí.
Supongo que esta es mi visión, aunque me gustaría conocer la vuestra. ¿Qué añoráis a nivel profesional previo a la crisis?
* Fuente imágenes utilizadas https://unsplash.com
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