El confinamiento nos ha obligado a estar más en contacto telemático con conocidos e incluso familia. En una de estas conversaciones que he tenido estas pasadas semanas, surgió el debate sobre el individualismo o el colectivismo, donde surgieron puntos de vista y enfoques interesantes que me han llevado a escribir sobre este tema, así que a continuación, os dejo mis ideas al respecto.

Y la primera pregunta que nos tenemos que hacer es la siguiente: ¿Actuamos de forma individual o colectiva?

No podemos negar que en Occidente hace tiempo que impera el individualismo, quizás más en los países mediterráneos frente a los nórdicos, si nos quedamos en Europa. Creo que no me equivoco al afirmar que en el sur de Europa, cada uno mira por sus intereses o necesidades, no parándose a preocuparse por las del resto de personas. Ha calado hondo el fenómeno llamado hikikomori (surge en Japón en los años noventa) entre jóvenes de todas partes del mundo; es la tendencia a estar todo el día refugiados en su habitación, dedicados en cuerpo y alma a la consola, el ordenador o el móvil. Se relacionan a través de este mundo digital, aislándose de su entorno. Aunque es cierto que las nuevas tecnologías nos facilitan la vida, tenemos que hacer un uso correcto de las mismas y usarlas en nuestro beneficio. Estas herramientas son un medio para acceder a información y a personas; el problema viene cuando se convierten en un fin. Las nuevas tecnologías jamás deberían sustituir a una relación offline con otras personas. Si las nuevas tecnologías te aíslan y te hacen desconectar de tu vida real, de tu entorno y de tu familia, tienes un problema y debes solicitar ayuda.

Tradicionalmente, España es un país donde el contacto personal tiene un papel importante. Nos gusta salir a la calle, tomarnos nuestras tapitas, cafés, copas… con nuestros amigos y familiares. También teníamos mucha más relación con la familia, cuidando de nuestros… Todo un hábito que parece que las nuevas generaciones no comparten. La sociedad se ha transformado mucho, hace unas décadas solamente trabajaba el hombre en la unidad familiar; afortunadamente esto ha cambiado y ahora trabajan tanto el hombre como la mujer de forma bastante generalizada en muchas familias. Hace décadas, los hijos se preocupaban de sus padres. En la actualidad se suelen “aparcar” a los mayores en una residencia y/o les dejan solos en sus domicilios, acordándose de ellos de Pascua a Navidad. Que tengamos unas vidas más estresantes y ocupadas no debe hacernos olvidar lo importante. Parece una postura arcaica para las nuevas generaciones pero tiene cierta lógica este argumento: Si nuestros padres cuidaron de nosotros y han estado siempre ahí cuando los hemos necesitado, lo mínimo que se puede hacer es corresponderles. Cada uno debe saber lo que tiene que hacer.

Pero el cambio generacional ha traído también cambios en los valores: han pasado de moda muy a nuestro pesar, el respeto, el saber estar, la amabilidad y la buena cortesía. Cuando era pequeño ir en un medio de transporte y ver subir a una persona mayor, significaba que mucha gente le cedía su asiento, era lo habitual. Hoy en día, ceder el asiento a una persona de la tercera edad en un transporte público es la excepción, ves a la gente impasible ensimismada en sus dispositivos móviles. También se ha perdido la costumbre de saludar al entrar en el ascensor o en una tienda.

Hace 30 años, si alguien hacía algo mal y otra persona se lo decía, solía rectificar y el resto de personas apoyaba al que comunicaba esa mala conducta. En nuestros días, recriminar a alguien una mala conducta del estilo tirar un papel al suelo en vía publica, supone arriesgarte a que te insulten y/o agredan. Y además, el resto de viandantes te ignoran y ni siquiera se plantean apoyarte.

En Asia y Oceanía, zona que he tenido la suerte de recorrer estos últimos años, también viven en el siglo XXI y allí existen normas igual que en Occidente. La diferencia que en los países orientales existe aún el colectivismo y el valor de la comunidad. Las personas respetan las normas y no las ponen en duda. No se ha perdido en estos países el respeto y cuidado de los mayores, se les cuida y valora dentro de las posibilidades de cada familia, es su responsabilidad. Existe respeto, educación y civismo. Las personas se preocupan más del prójimo y miran por el bien común antes que por el individual. Tristemente tengo que reconocer que el civismo de esos países no lo veo en España. En Japón, por ejemplo, ofrece todo el mundo su ayuda, esperan a que el semáforo se ponga en verde y son muy amables. No obstante, también soy consciente que incluso en estos países, existirá gente incívica, aunque no es lo más generalizado.

En esos países, por lo general, la falta de civismo y educación se paga caro, porque tienen muchas multas. Recuerdo que en Australia, existían merenderos en las ciudades con barbacoas para usar, la única regla era dejarlos igual de limpios que te los encontrabas. Esas zonas estaban relucientes y se respetaba. Este tipo de zonas en España si aún no las han robado y/o destrozado están sucias, dejadas y abandonadas. Ya vendrá alguien a limpiarlo. Está claro que algo se hace mal en España, (no todo, no voy a ser tremendamente crítico) pero está claro que tenemos que recuperar ese civismo y educar en valores de nuevo.

En Asia y Oceanía las normas de convivencia no se ponen en duda; toda la sociedad las tiene inculcadas en su ADN; no se cuestionan, se respetan y punto, no por imposición, sino por civismo. Se ha ido pasando de generación en generación; aquí en España, en algún momento, muchas familias perdieron esas buenas costumbres. No echemos la culpa al sistema educativo a pesar de tener carencias, esas cosas se enseñan en casa, nuestros hijos harán lo que nos vean hacer a nosotros. Los hábitos buenos y malos se copian.

En esta pandemia sufrida por el COVID-19 en España hemos estado confinados y se han puesto miles de multas por personas que se han saltado la cuarentena, según informan los medios de comunicación; no ha sido, afortunadamente, algo generalizado, pero sí que me llama la atención la cantidad de multas que se han impuesto. Gente que se iba a la playa, a correr, a comprar varias veces al día, de fiesta, a pasear y mil cosas más. Y no podemos decir que han sido los jóvenes, sino que nos encontramos con gente de todas las edades. Desgraciadamente, parece que tenemos en nuestra cultura lo de saltarnos las normas. Estamos hablando que quedarse en casa se tenía que hacer por responsabilidad y por el bien común para que todos estuviésemos con salud pudiendo volver cuanto antes a la normalidad. Ni que decir tiene que algunas de nuestras autoridades no daban ejemplo.

Ha sido un período difícil para todo el mundo y, simplemente teníamos que quedarnos en casa. Por el contrario, ha habido gente que se estaba jugando su vida al ir a trabajar a hacerse cargo de la gente infectada… y estaban los que pasaban de todos y hacían lo posible por engrosar la lista de enfermos. Todavía vemos a quienes se resisten a usar una mascarilla… En otros países, aunque el confinamiento quizás no haya sido tan severo, se han respetado, de forma general, las normas establecidas. Otra cosa es que algún gobierno no haya tomado las medidas adecuadas.

Pero no todo en España es malo. Algo positivo de este período ha sido el comprobar cuánta gente anónima ha sacado su lado solidario y humano más que nunca para ayudar con lo que tuviesen o supiesen hacer. Miles de personas han confeccionado mascarillas, batas y material de protección para los sanitarios, ya que no les llegaba ese material por parte de los gobiernos correspondientes. Siempre ha existido en nuestro país gente solidaria y que se preocupa por el prójimo.

Pero… ¿Conocemos a nuestros vecinos, por ejemplo? Esta pandemia ha permitido saber algo más de ellos desde los balcones. Nuestros vecinos de escalera por regla general son desconocidos, cuando antes era lo contrario.

Cuando volvamos a nuestras vidas de siempre en las que podamos salir, pasear, juntarnos, abrazar, viajar y socializar que no olvidemos lecciones de estos días. Nuestra sociedad necesita un reenfoque en valores, hábitos y forma de priorizar lo importante. No podemos dejar pasar por alto el aprender lo importante que es cuidar de tu comunidad y de sacar ese lado humano que muchas personas tenían congelado o perdido en su interior. No podemos desperdiciar esa oportunidad. España tiene que dar ejemplo de ese colectivismo de antaño que corre por nuestras venas pero que parece que tenemos escondido. Preocuparnos por nosotros y nuestros intereses es compatible con ayudar a los demás. Al final, uno se siente bien de ayudar a la gente que tiene a mano, esto al final a uno le vuelve.

Lo importante es tener valores, que luego llevaremos a nuestros puestos de trabajo. ¿Qué perfil prefieren las empresas? ¿El que piensa de forma colectiva o individual? Pero eso da para otro debate.

¿Qué crees que nos ha enseñado esta crisis? Me gustaría saber vuestra opinión sobre el colectivismo y/o individualismo imperante en nuestra sociedad.

Fuente imágenes: propiedad de Juan Martínez de Salinas