El papel que el trabajador juega en las organizaciones ha experimentado un importante cambio, por que desde la idea de antaño de que un trabajador solo estaba motivado exclusivamente por incentivos económicos (concebido a principios de siglo por Taylor), se ha producido un gran cambio, que nos ha traslado hasta la concepción actual del trabajador, que se ha constituido en el activo más importante de la empresa.

Las razones de este cambio de concepción se deben por un lado a la necesidad que tiene cada organización de adaptarse más rápida y flexiblemente a la demanda; a razones de competencia que obligan a optimizar cualquier elemento que conforma la empresa; a la adecuación de la organización a los principios y valores imperantes en cada momento en el entramado social en el que la empresa está inmersa y por otro lado a un aumento de sensibilidad social en el seno de las empresas.

El recurso humano ha ido adquiriendo una importancia creciente y actualmente se considera como uno de los factores estratégicos de la organización.

Los cambios en el entorno social y tecnológico han hecho nuestras organizaciones más complejas y competitivas. La supervivencia en estas condiciones exige encontrar formas de estimular la creatividad y el potencial de la gente en todos los niveles.

El hecho de que la estructura organizativa gire en torno a nuevos conceptos, la persona y el equipo, hace imprescindible el incremento del sentido de pertenencia, dedicación y libertad creativa en todas las personas que componen la empresa.

La persona debe ser el valor preeminente en la organización y la alta dirección, si quiere que su empresa sobreviva, debe ser consciente de ello.

Las auténticas ventajas competitivas están en las personas que componen la organización, de ahí que la implantación de valores, el compromiso, la integración, la capacidad de trabajar en equipo y la formación pasen a ser las herramientas fundamentales que podrán garantizar el éxito de la empresa.