Cada vez tengo más claro que da igual la educación, el talento o el dinero que tengamos, lo que realmente dirá cómo somos es la forma en que tratemos a los demás en nuestro ámbito laboral, personal, social o profesional. Al final lo que quedará cuando ya no estemos en este mundo es la huella que dejábamos a los demás con nuestra persona. El conocimiento, el talento, la educación y el dinero se quedan aquí y rápidamente se olvida.

Estos días de alarma social, se nos ha pedido un gran esfuerzo. Pues aun vemos como hay quienes están por encima del bien y del mal y se saltan las reglas sin pudor. Eso ha conllevado también escenas en las que unos increpan a otros por no respetar lo que se nos pide, por nuestro bien colectivo.

Soy de la opinión que ser educado y tener valores no tiene que ver con los títulos académicos que uno tenga, sino con las enseñanzas que le inculquen los suyos a una persona. La práctica hace que, más tarde en nuestras vidas, nos salga innato.

Está claro que todos podemos tener un mal día o una mala racha en cualquiera de nuestros ámbitos. También podemos tratar mal a alguien en un momento dado, lo único es que lo que marcará la diferencia es saber reconocerlo y saber pedir disculpas. Todos somos imprevisibles. A veces uno tiene que decir cosas que no gustarán; lo único es que todo se puede decir de buenas formas, con educación y sin descalificar. Para hacer esto requiere que respiremos tranquilamente y nos cálmenos. A veces es mejor dejar una conversación para cuando tengamos la información más integrada y hayamos recapacitado sobre lo que queremos decir a la otra parte.

¿Quién no recibe llamadas de venta por teléfono a la hora de la siesta y salta como un “Miura” ante la pobre telefonista? Ciertamente, me diréis, que habéis probado a usar las buenas formas, pero reiteradamente, te siguen llamando, aun incluso, cuando se les ha indicado que se te borre de su listado y muchos sacan en ese momento, toda la rabia acumulada. ¿Qué pasa cuando vamos a un comercio a ejercer nuestro derecho de queja y nos responden algo que no está dentro de lo que aceptamos? Hay quien se sale de su ser para increpar. Y todos podríamos pensar de casos en los que la impotencia nos hace sacar lo peor de nosotros. Pero este tipo de comportamiento, no sólo lo tenemos con desconocidos. A veces, son los más cercanos los que se llevan los “berridos”.

Aquellos con los que nos relacionamos se van a quedar con la idea global de cómo los tratamos a lo largo del tiempo que nos relacionamos más o menos con ellos. No les marcara un día en exclusiva.

Vivimos en una sociedad demasiado impersonal en donde las relaciones personales del tú a tú se están perdiendo. En los entornos de trabajo, hay quien ves a diario que le cuesta darte los buenos días. Su uno se monta en el ascensor o el autobús y dice buenos días, ¿tenemos  siempre respuesta? Está claro que no conoces de nada a la mayoría de esas personas pero, ¿qué tiene que ver eso? Un saludo, no se le debería negar a nadie… por educación.

Independiente del rol que ocupéis dentro de vuestra empresa o cual sea vuestra responsabilidad, hay que tener claro que, antes de vuestro cargo está vuestra existencia como persona. Os voy a lanzar un par de preguntas: ¿Cómo tratáis a las personas de vuestro trabajo? ¿Qué les decís? ¿Cómo se lo decís? ¿Cuántas veces has pedido disculpas a un compañero por tratarle mal? ¿Cómo reaccionas cuando te molestas con otro compañero? Todos metemos la pata en algún momento al realizar nuestro trabajo. Lo único es que equivocarnos no da derecho a la otra parte a llamarnos de todo y tratarnos como un trapo. Tendremos que asumir nuestro error y centrarnos en la solución al mismo, intentando evitar que ocurra en otras ocasiones.

Ahora me voy a centrar en nuestra facetas familiares, personales y sociales. Muchas personas son reacias a mostrar sus sentimientos a las personas más cercanas. Parece que decir “te quiero”, darse abrazos y demostrar cariño es cursi o no es necesario. No demos nada por hecho. Si quieres a tu padre, madre, marido, mujer, amigo, amiga, primo, tía, etc.; díselo en las ocasiones que lo necesites. Hoy los tienes, mañana no se sabe. Debemos tratar a nuestras personas cercanas con cariño, atención y cuidado. Nuestros dispositivos móviles nos tienen absorbidos y, en el momento en el que dejamos de trabajar, es frecuente que nos “enchufemos” a las redes. Sea donde sea, en el autobús, tranvía, cercanías, aeropuertos, salas de espera de médicos, filas de supermercados… la gente ya no habla sino que se imbuye en el móvil. Eso conlleva que dejamos de comunicarnos con nuestras parejas, familias o amigos.

Tenemos que charlar con ellos y tratarlos con delicadeza. Está claro que la convivencia hace que surjan roces y enfados, aunque también es cierto que en la mayoría de las ocasiones son por verdaderas tonterías. Algunas cosas son más serias y se deben hablar en una larga conversación. Os lanzo una pregunta ¿Cuántas veces de las que te has airado con tu pareja, padres, hermanos,… eran por cosas importantes y vitales? Ya no solo es el enfado, sino que luego vienen las consecuencias del orgullo y la prepotencia. “Si quiere, ya me pedirá él disculpas”. Y el mal que en ese momento es una tontería en caliente, se enquista en una enemistad a largo plazo.

Es fundamental recapacitar sobre cómo tratamos a los demás. Como nos ha pasado a todos, en más de una ocasión me he arrepentido del trato dado a personas de mis diversos entornos. He pedido disculpas y lo único que marcará la diferencia es que no se vuelva a repetir. Esas conductas tenemos que saber reconducirlas. Entiendo que, al final, los que más cerca tenemos suelen ser las víctimas de nuestros enfados o quebraderos de cabeza y suele pasar que no tienen culpa alguna. Este tipo de reacciones las debemos eliminar y si ocurren, pedir disculpas rápidamente.

Cuando en nuestro entorno de trabajo hay quienes no nos hablan, habrá que identificar qué ocurrió para llegar a esa situación. A veces, rumores malintencionados o interpretaciones erróneas de algo que dijimos suelen ser las causas. Tenemos que ser lo suficientemente adultos para contrastar la información y para formarnos nuestra propia opinión sobre las personas. Si apenas te has relacionado con esa persona no puede caerte ni bien ni mal. Tendemos a juzgar rápidamente. Las relaciones humanas son más sencillas que todo eso.

Cuesta menos tratar a los demás bien que mal. Soy de la opinión que ser desagradable cuesta mucho esfuerzo y, además, debemos invertir mucho tiempo en ello.

No debes olvidar que los demás te recordarán por cómo les tratas y cómo les hiciste sentir. El ser distante y retraído no ayuda a dar una imagen correcta de ti mismo. Tenemos que esforzarnos por relacionarnos con las diferentes personas de nuestros entornos. Se trata de ser amable y educado. La confianza se gana poco a poco.

El ser buena persona se demuestra con acciones y hechos reales. Eso es algo que lo deben de juzgar los demás. Trata a los demás como te gustaría que tratasen a ti. Que otros traten mal no justifica que nosotros hagamos lo mismo. Siempre digo que debemos intentar ayudar a los demás dentro de nuestras posibilidades, y esto, al final nos vuelve de forma positiva.

También digo que nunca es tarde para cambiar. La clave es querer hacerlo y demostrar a los demás esa evolución. No busques excusas para seguir tratando mal a los demás; nada lo justifica. Al final, a pesar de poder tener razón, tratar mal a los demás, los gritos y la descalificación, nos hacen perder la razón.

Ahora te mando un ejercicio de autoconocimiento… ¿Cómo tratas a los demás?

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