Foto propiedad Juan Martínez de SalinasTodos conocemos ejemplos a lo largo de nuestras carreras profesionales de compañeros que les encanta adular y visitar a sus responsables en despachos para cosas importantes y para otras que no lo son tanto

“Hacer la pelota” a los jefes no nos hace más competentes o trabajadores. No cabe duda de que tenemos que llevarnos lo mejor posible con nuestros jefes o responsables. El trato cordial en el trabajo es lo que nos gustaría a todos. Lo ideal para algunos sería poder tener a nuestro jefe de amigo pero eso son palabras mayores. Esto último se puede conseguir siempre y cuando se sepa diferenciar y no nos dejemos influenciar en el entorno laboral por esa situación personal.

Un buen jefe debe valorar a sus empleados por el trabajo que desempeñan, por sus competencias, por las soluciones que buscan, por la iniciativa que tienen, etc. y no por las veces que visitan su despacho para contarles los cotilleos nuevos, para reírles sus gracias o para darles la razón en todo. Un buen empleado no se mide por esto. Un trabajador no puede visitar regularmente el despacho de su responsable y llevar a cabo de manera eficiente su trabajo. Tampoco supone que tengamos que contar con pelos y señales a nuestros jefes todas las tareas que hacemos dentro de cada proyecto en el que trabajamos. Lo importante es como va la ejecución del mismo, sus resultados, desviaciones e incidencias que puedan surgir y poner en peligro el desarrollo del programa. Es decir todos ya somos mayores y autónomos como para saber diferenciar el trigo de la paja en las tareas de trabajo. Los problemas reales en una organización surgen cuando se percibe de forma generalizada que el “despachar” es algo que se prima y que se tiene en cuenta para evolucionar hacia arriba y esto no va en consonancia con el buen trabajo efectuado por esas personas. 

Un buen jefe tiene que saber percibir estas cosas y no premiarlas. Como responsable, uno debe tener la puerta abierta para todo el mundo. Esto significará que algunos de esos empleados puedan probar esta técnica de forma permanente. La clave es que se sepa cortar de forma adecuada, saber decir que no es el momento para abordar con esa extensión el tema que atañe y que estaría bien poder sintetizar.

Otras personas usan la táctica de que cuando algo no les gusta vuelven a su tierna infancia y lo primero que hacen es ir a quejarse a su jefe sobre la enorme carga de trabajo que tienen y así conseguir que las nuevas tareas se las endosen a otros que no se quejan tanto. Cuando el jefe consiente esto y permite que determinadas personas de sus equipos de trabajo vayan  a pasar la mañana a la oficina es el propio responsable el que tiene el problema. Tener mucho trabajo no supone estar diciéndolo todo el rato sino tener muchas más tareas de las que se puedan asumir dentro de nuestra jornada laboral.

Con esto no estoy diciendo que no se deba visitar el despacho de vuestros responsables sino que lo hagáis cuando sea necesario tratar temas relevantes o que os preocupen. Que algo sea importante para vosotros no supone que sea prioritaria para la organización. No es normal que por ejemplo interrumpáis una reunión de vuestro superior para preguntarle de que color ponéis los títulos en una presentación de PowerPoint que estáis preparando para una charla de trabajo. Todo tiene su momento y sino lo sabéis detectar por vosotros mismos, os lo deberían de enseñar el resto.

Si uno hace lo que debe dentro de su trabajo no tiene que estar preocupado por ello, porque uno asume que su compañía sabrá valorarlo por sus resultados. Sin embargo, cada vez tengo más claro que mientras no asumamos esto y nos preocupemos por mostrar el trabajo que hacemos y darle valor, no lo hará nadie por vosotros. Uno debe ser humilde pero esto no supone que otros se lleven los méritos de vuestro trabajo.

A los “pelotas” se les ve venir de lejos y son los que siempre dicen aquello que los jefes quieren oír, los que dan la razón al jefe, los que opinan sobre un tema guiándose por las percepciones que tiene ese jefe sobre el tema, los que nunca cometen errores sino que son los demás los que los cometen, los que se relacionan por intereses y no por afinidades…

Cuidado con esa gente que se preocupa más de lo que hacen los demás, que no dudan en delegar tareas sin que nadie les mande, que no se piensan dos veces en tirar a los compañeros a los leones sin necesidad.

Sin embargo, hablándolo con otros profesionales coincidimos en que la culpa no es de los que hacen la pelota o lo intentan sino de los jefes que lo permiten. Hace poco una amiga que ocupa un puesto directivo me decía que ella no puede valorar mejor a las personas que le dan la razón a pies juntillas sino a quienes buscan mejores alternativas o soluciones diferentes a las que ella propone. Otro conocido en puesto directivo me decía que es muy triste que algunas compañías paguen a sus empleados sin que ellos tengan iniciativa, sino que esperen las órdenes y directrices de sus superiores. En las empresas se quieren y necesitan personas que decidan, ejecuten, se arriesguen, se involucren, etc.

También la historia de las empresas lleva a personas muy trabajadoras, resolutivas, competentes a un estado de total desmotivación, habiendo cambiado el chip porque han visto que se valora más al caradura y al poco trabajador que al que se involucra.

El año pasado, un buen amigo me comentaba que el colmo de sus paciencia había sido cuando su jefa le echo la bronca por trabajar en determinados proyectos en los que ella había autorizado al responsable del mismo para que lo hiciese. Eso le hizo darse cuenta de que su sitio no estaba en esa empresa y comenzó a buscar otras alternativas.

Mi opinión es que os debéis preocupar por desempeñar de forma eficiente vuestro trabajo y eso al final se ve y queda patente por encima de hacer la pelota a vuestro jefe. Un buen jefe sabrá valorar lo importante. De lo contrario, sabéis lo que hay y tendréis que acostumbraros a sobrevivir en esa jungla mientras no tengáis una opción mejor.

¿A cuántas personas conocéis que haciendo “la pelotilla” a sus jefes obtengan recompensa profesional?